Decía, de forma reiterada, Jüng que: “Lo que más nos irrita de los demás, es aquello que puede conducirnos a un mejor entendimiento de nosotros mismos”.
La visión interna, la intuición, la expansión de la conciencia, las dejamos de lado, para creernos que disponemos de lo necesario para ser felices. Nos daríamos cuenta enseguida si tuviéramos la intención como foco principal de conocernos, de aquello que nos falta.
La visión interna, nos ayuda a ver, a interpretar la realidad de una forma diferente. Comenzamos a observar aquellos detalles que se nos escapaban de las manos, a entenderlos como posibilidades en nuestro desarrollo. No nos anima a dominar las emociones, es decir, esclavizarlas, dejar de sentir y expresar, salir corriendo, sino más bien a entenderlas, esto es, saber de dónde vienen, como se generan, asimilarlas y disolverlas.
La posibilidad de ver, es exclusiva del guerrero, conocer, sentir, intuir la dirección que van a tomar las situaciones y saber que si no suceden como queremos, ya no importa, sabremos encajar las emociones que surjan, como parte vital para alcanzar el don del águila…observar y ver desde arriba. Si como solía apostillar, Albert Ellis: “La mayor parte de las alteraciones humanas son exigencias de algún tipo”.
¿Dónde se encuentra nuestra armonía?
La visión interna, le da al hombre un mundo de posibilidades, vistas desde otro ángulo que antes nunca observamos, ni éramos capaces de concebir, al no ser conscientes de la situación.
Un nivel superior de CONCIENCIA, es la clave del resurgir interior y esta vez, continuo y contundente. De nuevo, viene a mi mente Jüng cuando espetó sin rodeos:
“Para llegar a ser seres completos, debemos movilizar todo nuestro ser. Cualquier implicación menor será inútil; no puede haber condiciones más fáciles, ni sustitutos, ni términos medios.”
Así el pequeño mundo de los grandes cambios se inicia, está visión interna nos guiará hacia el presente continuo, el ahora cierto y real, sin miedos ni obsesiones.
Buen viaje.