La mayoría de las personas que trato en clínica son mujeres en un porcentaje muy elevado. Con un predominio de alteraciones emocionales. Llevo tiempo detrás de la personificación masculina en el inconsciente de la mujer: el ánimus.
El ánimus está básicamente influido por el padre de la mujer. Suele ser el padre el que dota a su hija con un matiz de convencimientos indiscutibles, convicciones que no incluyen la realidad personal de esa mujer, tal como es realmente. Si hablamos en términos coloquiales, la pregunta es: ¿Porqué atraigo yo a este tipo de hombres a mi vida? La respuesta está en el ánimus negativo.
Psicológicamente se representa como una forma de atracción que alimenta intenciones destructivas. La brutalidad, descuido, charla vacía, malas ideas silenciosas y obstinadas. A veces es una extraña pasividad como una paralización de todo sentimiento, otras es una profunda inseguridad que conduce a una sensación de nulidad. Es como si en las profundidades de esa mujer una voz le dijera:“No tienes esperanza. De nada sirve lo que hagas. La vida jamás va a cambiar para mejorar“
Cuando una de estas personificaciones negativas del inconsciente se apodera de nuestra mente, parece como si tuviéramos tales pensamientos y sentimientos. El ego se identifica con ellos hasta el punto de que resulta imposible separarlos. Un ejemplo de esto, es la atracción que las separa de las relaciones humanas verdaderas llenas de respeto y emoción para conducirlas en brazos de relaciones frías y destructivas.
Es una especie de adicción hasta que conseguimos que salgan a la luz de la vida para observar toda la oscuridad en la que han vivido. Las relaciones de pareja son complejas. Las mujeres casi siempre, para ser benévolo, nos toca la parte más ingrata. Aunque parezca una utopía, las mujeres están en nuestra vida para hacerla más abundante, cariñosa y creativa, sólo tenemos que cuidarlas y darles el amor que se merecen. Amar a una persona es ayudarle con todas nuestras fuerzas a ser libre.
El número de mujeres que han tenido que huir, separarse o divorciarse de las relaciones que mantenían es excesivo. El no saber amar es una desgracia mayúscula.
¿Para qué demonios estamos aquí entonces? ¿Cuál es la finalidad de la existencia?