Llevo un tiempo, manteniendo la atención en la sanación, observando cómo se comportan las enfermedades y qué me quieren decir.
El complejo entramado comunicativo entre nuestra mente y nuestro corazón está tan separado y alejado, que es común pensar una cosa y hacer otra. El cambio nos produce tanto miedo que tememos lo que aún no hemos emprendido.
Los problemas y los conflictos emocionales son creados por nosotros. Los programas mentales que traemos desde los primeros meses en el útero materno marcan el desarrollo posterior.
El cuerpo refleja a la perfección dónde está bloqueada la emoción. El cuerpo es el campo de batalla de las emociones. Esto quiere decir que nos dejan marcas sobre nuestro físico.
Las emociones son las absolutas regidoras de la vida. Nuestra alma es poco probable que enferme, pero su síntoma y reflejo en el cuerpo es claro. Entendí que la diferencia entre estar sano y estar enfermo radica en nuestra emoción.
La mente ha de doblegarse, tener paciencia y comprensión para seguir el dictado de las emociones. Me dí cuenta que la alegría y la tristeza son las mismas ganas de vivir, de ser amado. Dejé de juzgar las causas. Me parecía miserable observar el miedo como nuestro gran bloqueador, sin haberle entendido antes.
Sanar se sana uno mismo. Observé que somos la propia fuente de nuestra curación y disponemos de recursos para ello.
Hoy estoy seguro de que no hay enfermedades incurables, sólo emociones insoportables.