En el viejo libro “El arte de la guerra” decía Sun Tzu: “Se encuentran pocos de ese temple”.
Estaba refiriéndose al guerrero que sabe controlar el miedo y por tanto, la situación. Puesto que, un guerrero cuando decide un camino a seguir, y lo siente en su corazón, se vuelve inquebrantable, el compromiso que tome.
El guerrero, ligado de forma rotunda, a la figura arquetípica del héroe, vive dentro de cada uno de nosotros, solo necesita ser alentado.
“Mi cuerpo es el templo de mi fuerza y mi espíritu, su guardián” reza un antiguo dicho de los bravos guerreros Mayas. Crear el espacio en el que, tu imagen interior y tu infalibilidad sean reales. Pocos o ningún error en la batalla, batallas hay infinitas: contra uno mismo, contra los que fueron nuestros amigos, contra grandes enemigos surgidos de la propia naturaleza del ego, contra las decisiones injustas, etc.
Enemigos hay en todos los ámbitos familiar, educativo, político, laboral, incluso, en ocasiones, parece que hasta divino. Muchas veces, el enemigo está en casa, soy yo mismo, o visto desde otro ángulo, soy yo mismo quién se dificulta la tarea de progresar y mejorar.
Un aforismo sufí nos relata su visión:
“Primero te ignorarán, después se reirán de ti, luego te tomarán en serio, después se meterán contigo, finalmente harás algo que ellos no hayan hecho, conseguir lo que quieres”.
Mi enemigo ha de ser mi propia conciencia que me obligue a gestionar mejor, mi vida, disfrutar de las estrategias y de la alegría plena. La victoria y la derrota nos tienen que ayudar a conocer el camino y el aprendizaje que trae consigo. Sobre todo cuando nos hemos convertido en viejos guerreros poderosos, curtidos en tantas batallas, perdedores de tantas otras, valerosos y conscientes de nuestro poder, sin miedos, desaprendiendo lo aprendido, para crear nuevas acciones y posibilidades.
Los enemigos son tan necesarios como las derrotas.
Bienvenido todo lo que tenga el honor de ser nuestro enemigo. Lo necesitamos para aprender y crecer.