La felicidad es como la cola de un gato, que perseguida sin sentido nos hará dar vueltas alrededor suyo buscándola, sin descubrir nada, como continuos buscadores esforzados de las inquietudes que LA VIDA nos tiene preparadas, sin darnos cuenta que forma parte de nosotros. Sin embargo, puestos en marcha, al instante siguiente en que cambiamos de forma definitiva una actitud, nos sorprende que nos acompañe y venga detrás de nosotros, siguiéndonos en el camino.
¿Qué estaríamos dispuestos a cambiar, si nos damos cuenta que nuestra forma de ser?
La felicidad no es un estado permanente, es el espacio que uno decide establecer como cierto, donde hay una resonancia real, donde nos inventamos el lugar donde ocurren las cosas, posicionándonos en ese espacio para expandirlo, cuidarlo y adornarlo, creando una forma de conectar conmigo y con nuestro entorno muy satisfactoria. Si la felicidad no es constante, al menos vivir en un estado de estar a gusto con nosotr@s.
Esto es parte de nuestro trabajo en esta aventura humana. El estado más buscado y deseado por el ser humano, lo soñado por todos sin distinción, está lejos de nosotros al resistirnos a él de forma rotunda y diaria, la propia búsqueda, nos distorsiona su hallazgo.
La felicidad es como un campo de fuerza que detiene en seco la falta de ánimo, la depresión y todo aquello que se enfrente a ella. La clave está en ser consciente de lo que me pasa y no preocuparse, desconectar de la locura informativa diaria. Aquí añadimos la gestión emocional, conocer la profunda tensión que nos genera lo que tenemos que hacer.
Sabemos que en la aventura humana que vivimos ni perdemos ni ganamos nada, todo lo dejamos aquí, salvo el espacio que hayamos vivido en plenitud. Como nuestro cerebro no distingue de lo real o imaginario, todo viene precedido del ruido o del pensamiento negativo que nos lleva a una emoción agobiante, por tanto ante un pensamiento que nos boicotea hemos de saber gestionarlo con habilidad
Déjala, que la felicidad va detrás de ti, sueña lo que deseas.